Perfectos (in)educados
Aunque las percepciones hacia la violencia machista son cada vez más negativas (no lo suficiente), el problema persiste y la aparición de los negacionistas o de movimiento AWM (Angry White Man) no ayuda.
A nivel social, laboral, económico, judicial, sexual, médico, la violencia contra las mujeres está presente, institucionalizada. Matrimonios infantiles, violaciones grupales en Brasil, España, Argentina… Los hombres no sólo matan a mujeres, también abusan de ellas, las agreden sexualmente en solitario y en grupo. Feminicidios en México, mutilación genital en algunos países de África y Oriente Medio (y en Francia y España). La justificación del abuso sexual poniendo el foco en la victima constata que es un problema que no desaparece. La condena por abusos sexuales y no por agresión sexual, en el caso de la violación de la manada: quien iba a esperar que una relación sexual múltiple, no consentida, de una chica apenas mayor de edad en estado de embriaguez frente a cinco hombres que se jaleaban entre sí y se grabaron mientras lo hacían, fuera tipificada como abuso y no como agresión sexual. Y que a fecha de hoy los agresores estén en la calle.
Juana Rivas como chivo expiatorio del machismo. Una mujer maltratada condenada a cinco años de prisión, que pierde la custodia de sus hijos en favor de su maltratador tras un proceso judicial de dudosa legitimidad.
En España se ha reducido, entre 2016 y 2017, un 43% las políticas de igualdad y hasta hoy, y en cifras oficiales, 13 mujeres han muerto ASESINADAS (por mucho que los titulares de algunos medios se empeñen en tirar de eufemismos insultantes para la víctima que maquillan la realidad) a manos de sus parejas o exparejas. El número de víctimas va a seguir creciendo.
Desciendo a la cotidianidad. Al día a día. Al origen. Al porqué.
Adolescentes defendiendo que no se visibiliza la violencia que ejerce la mujer sobre el hombre, y en cuyo discurso repiquetea de forma constante, como un goteo misógino, el mantra negacionista “la violencia no tiene género”. Son los mismos que la ejercen sobre sus parejas, controlando sus móviles (en el marco de la violencia de género entre adolescentes, las nuevas tecnologías suponen un riesgo claro) su indumentaria y las relaciones de amistad de ellas que, convencidas de que es una muestra de amor, se dejan hacer, sumisas. Y el maltrato se convierte en una espiral de conductas imposibles que se normalizan y que aumentan en violencia con el paso del tiempo.
En el año 2017, el 27’4% de los jóvenes consideraban que la violencia de género es una conducta normal en la pareja. El estudio, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, indicaba que más de uno de cada cuatro jóvenes de entre 15 y 29 años justifican el maltrato físico o verbal hacia las mujeres.
En 2017 en España hubo 653 niñas y adolescentes víctimas de violencia de género, un 14,8 % más que en 2016, mientras que de los denunciados 127 eran agresores menores de edad, un aumento del 18,7 % respecto en 2016.
¿Y nos llevamos las manos a la cabeza? Las niñas y niños son nuestros espejos. Estas conclusiones nos deberían hacer reflexionar sobre cómo estamos educando a los adolescentes, qué ejemplo les estamos dando. La semilla de la violencia contra las mujeres germina (o no) en la infancia y la educación que estamos dando a nuestra hijas e hijos puede ser un potente abono.
Nuestra sociedad está lastrada por una educación machista desde hace siglos, por una educación que ningunea a la mujer y que la reduce a un instrumento sexual, reproductor o a mano de obra barata. A una figura sumisa a disposición de muchos hombres: su padre, su marido o su jefe. Sometida y dominada por quien anuló sus derechos y libertades. La mujer, un individuo cuyas conquistas sociales (el derecho al voto o a trabajar, o estudiar una carrera, derechos que a los hombres no se les cuestionan) han supuesto una lucha. Todas y cada una de ellas. Y seguimos luchando.
Y todo empezó con la costilla, la serpiente y la manzana: el sometimiento de la mujer al hombre también emana de la educación judeocristiana que otorga a la mujer el dudoso honor de ser la fuente del mal (la manzana otra vez) que echó a Adán del Paraíso, y por extensión origen de todo el mal en el mundo.
Esto es lo que estamos transmitiendo a nuestras hijas e hijos: desigualdad, sentido de la posesión del hombre sobre la mujer y de sometimiento de la mujer al hombre, reafirmación de los roles de dueño y posesión. Y está por todas partes: en la publicidad, en la televisión en la prensa, en las aulas. Y esto lleva a que en todos los niños haya potenciales maltratadores y en las niñas, potenciales víctimas.
La llave de todo, como siempre, es la educación, invertir en ella. Las políticas de igualdad y la lucha contra la violencia machista no servirán de nada si seguimos educando como lo hacemos hasta ahora. Tenemos que resetearnos y abrir los ojos, hacer autoexamen y reconducir y reconvertir los criterios y roles educativos hacia la igualdad. Ese y solo ese es el principio del fin del terrorismo machista y del patriarcado. Porque la abolición de los roles de genero y de todo lo que implican, comienza en casa.
Nuestros hijos e hijas deben tener claro (e insisto, depende de nosotros, sus madres y padres) que la mujer es dueña de su cuerpo, que no es un instrumento en manos del hombre, que tenemos las mismas obligaciones y derechos y que gozamos exactamente de las mismas libertades. Hay que desterrar los rosas y los azules, los roles de género impuestos en base a un sexo al nacer que censuran, por ejemplo, el aspecto emocional de los hombres asociándolo a debilidad (los chicos SÍ lloran) e interiorizar que las mujeres también somos fuertes. Hay que desterrar la cultura de la violación, la instrumentalización y sexualización del cuerpo femenino. Ser prostituta no empodera, gestar para otros, tampoco. Y en cualquier caso, una decisión personal nunca debe afectar a un todo colectivo.
Hay que inculcar a las niñas y a los niños que las mujeres son plenas sin un hombre a su lado, que el amor romántico no existe, que los chicos pueden bailar o escribir poemas sin dejar de ser hombres. Suma y sigue.
La resistencia de muchos hombres a abandonar su dominio sobre la mujer también se transmite de padres a hijos, y aferrarse a ella, como lo hacen muchos, me hace pensar sobre problemas de autoestima y de egos pobres. Porque nadie que se sabe suficientemente válido necesita someter a un igual para brillar.
Si les educas igual, serán iguales.
Eduquemos, por favor.